9.04.2013

Almas.

El chico tenía los ojos más bonitos que había visto en la vida. Grandes, marrones y transparentes. De esos que no te cansas de mirar; que, cada vez que los miras, encuentras algo nuevo... Y eran, también, su mayor debilidad. Cuando él estaba triste, sus ojos lloraban. Cuando él estaba contento, sus ojos sonreían. Fue precisamente por eso, que supe que me amaba. Sus ojos me espantaban, abiertos, soñadores y enamorados. Yo le tenía miedo. ¿Qué le había hecho yo para merecerlo...?

Fue, también por esos tiempos, que conocí a la chica de los ojos verdes. Ella amaba al chico de lotes ojos marrones. Pero él me amaba a mí. Sólo a mí. Maldita sea. Maldita sea yo, maldito sea él, y maldita sea ella.

¿Qué haría para solucionarlo...?

Ya lo sabía. Hacer de casamentera. No era lo que mejor se me daba, ni lo más original; pero era lo mejor que podía hacer. Me alegré por ellos cuando lo conseguí. Estaban siempre juntos. Eso me gustaba. Pero, a cambio, yo estaba sola. Me había quedado sola. Siempre había estado sola. Nunca lo había notado tanto como en ese momento. Fue como haber estado flotando en un abismo y, de repente, golpearse duramente con el fondo. Doloroso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario