4.03.2013

Nereida.

El canto de las hadas folclóricas acompaña a Silfo mientras desliza sus dedos por los agujeros de su flauta travesera. Tiene los ojos cerrados, así que no puede vernos. Menos mal; porque Náyade se está limando las uñas y Ninfa está estudiando; al parecer soy la única que lo está observando.

Miro con atención los rápidos y pequeños movimientos que hace con los dedos. Me gustaría poder moverlos así... Pero mis dedos son torpes. Sólo sirven para pasar las páginas de los libros que devoro.

¿Qué más podría decir? Se supone que estoy haciendo una presentación. Pero... ¿Qué pasa entonces con Silfo?

Creo que esperaré a que acabe.

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  Ey, hola de nuevo. Sigamos.

Creo que lo que más destaca de mí es mi torpeza. Es como una cadena que arrastro continuamente. Y es... Molesta. Yo también soy molesta.

No puedo entrar a la cocina, me está prohibido por lo manazas que soy. Les entiendo. Siempre que quiero ayudar, acabo estropeándolo todo. Y esa es una de las cosas por las que no me gusto.

Otra, podría ser el hecho de automarginarme. Y de que a la vez me marginen los demás. Ayudan bastante en lo que yo quiero. Marginarme. Siempre estoy sola, y no me gusta; pero yo no me acerco a nadie, y nadie se acerca a mí; soy la rarita del pueblo. La rarita a la que le gustan la música inteligente, los libros de aventuras y fantasía (¿por qué no tuve que ser medio normal y decantarme por el romance?), que no sabe bailar y viste ropa holgada. Nada de tops, minifaldas o pitillos que no me dejan respirar. Nada.

Luego, está el saber la ubicación de las dos bibliotecas del pueblo: la pública y la del instituto.

También me odian por sacar buenas notas, por prestar atención en clase y por tener amigos de verdad. Muy rara, ya os lo dije.

No me gustan los espejos. Sobre todo, porque en ellos me reflejo yo. Si lo hago, el espejo se rompe -sonrisa sarcástica.

Mi pelo es rubio ceniza, apagado y con ciertos mechones dorados. Mis ojos son demasiado grandes, negros y un tanto redondos. Se me antojan como dos canicas. Dos enormes y grandes canicas. Todo el mundo dice que son profundos y atrayentes. Yo no lo creo. Mi cara parece pequeña en comparación con mis ojos. Luego, mi nariz es de patata. Chata y redondita, sí. Junto con mis mofletes, se me antoja un poco adorable. Pero sólo se me antoja.

Me veo gorda, pero paso de volverme anoréxica. Soy demasiado nerviosa, y siempre estoy picando por eso.

Nunca me he enamorado. Quizá, sí que sea cierto el dicho ese que dice:

  "No puedes amar a alguien hasta que no te amas a tí mismo".

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