Sólo el tintineo de las cadenas se escuchaba en la sala. Me molestaban en las muñecas. Eché una rápida mirada a las puertas, sopesando la idea de huir, mas bien sabía que no me era posible.
Tras una largo silencio, la Demonio Mayor habló.
- Bienvenido, querido Preahm.
Amagué una sonrisa felina. - Que me place, soberana Lucifer -. Hice una pequeña pausa. - No pense que fuese a asistir a mi destierro.
Lucifer disimuló una mueca juguetona con una mirada asqueada. De nuevo silencio.
Observé con atención a todos los presentes. Descubrí los ojos de Gabriel y unos cuantos ángeles más en un rincón, observándome con esperanza. Qué pena, gran desperdicio. Les dirigí una mirada asesina. No se me ocurría qué iba a hacer Gabriel, pero me constaba que los demás anunciarían mi llegada a Jesucristo, como buenos lame culos suyos que eran.
Vi como la boca del Demonio Menor se abría, y anticipé el movimiento de las lanzas a mi espalda, aproximándome al agujero. Me asomé, llevado por la curiosidad. Me deslumbró la luz que salía de él.